Quinta carta:

 

¿Será que lo he estado llamando, como, en un pasado no

muy lejano, convocaba la presencia del erizo? ¿Será que

mis palabras tienen el poder de cautivar ciertas

sensibilidades más allá de sus meras hojas blancas?

¿Cuándo es que se da el salto?

Porque la morada del poeta no está en ningún lugar,

mas la de sus versos, sí, en sus libros.

Un poeta no debería enamorarse, porque siempre termina

prendándose de sí mismo, y el otro, se convierte en un

espejo donde aquél busca sedientos reflejos que le

devuelvan su dual constitución.

¿Qué es lo que me pasa? Ni siquiera se lo que

sientes y ya estoy hecha zozobra y desesperación. Me

siento con la fuerza de correr ciegamente, desnuda,

como la japonesa de "Empire of the senses", a la

partida de su amante, o como el personaje que

interpreta Jeremy Irons en "M. Butterfly", acongojado

profundamente.

Si quieres mi poesía, te la daré, y si deseas algo

más, también. Ojalá seas ese hombre que intuyo he

estado esperando, de allí mi nerviosismo, ¿no?,

mi certeza de esperar, como dice Barthes.

Solo buscaba una palabra que recibiera mi palabra.

Dime que te he encontrado, que si bien mi indagación

en el sentir del otro no ha acabado, por lo menos en

ti se concentrará por un tiempo. No me escribas más,

que nuestros cuerpos mañana se petrifiquen, y

quedémonos recostados, con ambos de nuestros ojos

mordiendo versos, bajo la sombra inmensa de esos

árboles antiguos, cuyas ramas se tuercen al compás de

nuestros mas sórdidos deseos.

Quiero tocarte. Mañana, ¿me atreveré? Si no lo hago,

empieza tú, mira que el permiso te lo otorgo con un

día y un par de noches de anticipación.

Cuarta carta:

Su nombre no me llama la atención. Es un nombre de cuatro
letras, simétrico, con dos vocales y consonantes, como
el mío. Su apellido se libró de ser Paterson, uno de
mis poemarios predilectos, por solo la e inicial.

Es flaquito, lúgubre, y de espaldas, pegado al muro,
puede pasar desapercibido. Pero cuando habla, cuando
abre esos ojos inmensos que contrastan con una piel
muy cálida y lisa, su cuerpo resplandece y transmite
un coro de soles.

¿Cómo es que en menos de cinco días, una conversación
nos puede haber marcado al punto de necesitar vernos
urgentemente, y en el cementerio?

Tercera carta:

Tendria que estar terminando de leer "La gitanilla",
pero en cambio, estoy aquí, escribiendo, muriéndome de
ganas de que el día se termine, y que, después de
mañana, no venga más, o me trague en unas de sus largas
horas.
Ni siquiera recuerdo su rostro. Solo tengo viva en la
memoria sus ojos grandes, de color eucalipto, y la
huella que dejó su palma izquierda sobre mi derecha, y
su voz, una muy tenue, como la de los pájaros a las seis
de la mañana, susurrada casi entre sueños.

Cartas de un amante solitario

 

Segunda carta:

¿Por qué no puedo tomar nada con absoluta tranquilidad?
¿Por qué antes de encontrarme con alguien que me
conmueve tiendo a torturarme como si la posibilidad de
ser feliz me resultara un crimen? ¿Será que esa es la
manera que tengo de disculparme ante el mundo por los
placeres que experimento, ya que casi estos jamás le
acaecen al común de los mortales?
¿Por qué no puedo acercarme a un hombre inteligente y
tierno sin que en mí se despierte el deseo de querer
poseerlo a través de mi palabra, gestos y cuerpo,
inmediatamente? ¿Por qué temo espantarlos al abrirles
mi alma?

Cartas de un amante solitario

Primera carta:

Me atacas. Estoy escuchando "Falling snow" de Agalloch y no puedo evitar imaginar tu rostro abalanzándose sobre el mío como si fuera una estrella expulsada del cielo. ¿Cómo haré para desprenderme de aquel una vez que se haya aposentado a lo largo de mi cara? ¿Tus ojos se adentrarán en los míos con la fuerza furibunda de los dedos sobre las cuerdas de las guitarras que ahora escucho? Mi faz quedará sepultada bajo tu cráneo y mi cuerpo entero será el jardín perforado por las hierbas zaheridas de tus cabellos. Oh, la fragilidad de tus huesos hacen que habite una casona de antenas, una morada de siglos erigida por manos a cargo de abrir cráteres en el tiempo. Te pienso, y mi mente flota como nave perdida en lo que vislumbro ser el horizonte de tus temerarios recuerdos.

Si como la palabra pudiera yo expandirme sobre tu cuerpo y hacer de cada uno de tus miembros la sílaba que me explique y me complete, la tilde que marque el instante preciso en el que reclames el desvelarse de mi indómita apariencia, la voz que enjuague en su decir el aroma que reside olvidado en tus entrañas. Si como la música mi nombre penetrara el recinto más concurrido por la eterna voluptuosidad de tus deseos, si como un poema antiguo mi amor hiciera de tus brazos, pecho y cuello un delicioso cuarteto de rimas abrazadas, y mi cintura anticipara el despeñarse de tu aliento en cascadas espesas y el sincronizado volcarse de tu duende lascivo, para luego, exhaustos, fenecer, allí, en la zona árida que ansiosa nos espera, en la esquina final del último terceto.