Quinta carta:
¿Será que lo he estado llamando, como, en un pasado no
muy lejano, convocaba la presencia del erizo? ¿Será que
mis palabras tienen el poder de cautivar ciertas
sensibilidades más allá de sus meras hojas blancas?
¿Cuándo es que se da el salto?
Porque la morada del poeta no está en ningún lugar,
mas la de sus versos, sí, en sus libros.
Un poeta no debería enamorarse, porque siempre termina
prendándose de sí mismo, y el otro, se convierte en un
espejo donde aquél busca sedientos reflejos que le
devuelvan su dual constitución.
¿Qué es lo que me pasa? Ni siquiera se lo que
sientes y ya estoy hecha zozobra y desesperación. Me
siento con la fuerza de correr ciegamente, desnuda,
como la japonesa de "Empire of the senses", a la
partida de su amante, o como el personaje que
interpreta Jeremy Irons en "M. Butterfly", acongojado
profundamente.
Si quieres mi poesía, te la daré, y si deseas algo
más, también. Ojalá seas ese hombre que intuyo he
estado esperando, de allí mi nerviosismo, ¿no?,
mi certeza de esperar, como dice Barthes.
Solo buscaba una palabra que recibiera mi palabra.
Dime que te he encontrado, que si bien mi indagación
en el sentir del otro no ha acabado, por lo menos en
ti se concentrará por un tiempo. No me escribas más,
que nuestros cuerpos mañana se petrifiquen, y
quedémonos recostados, con ambos de nuestros ojos
mordiendo versos, bajo la sombra inmensa de esos
árboles antiguos, cuyas ramas se tuercen al compás de
nuestros mas sórdidos deseos.
Quiero tocarte. Mañana, ¿me atreveré? Si no lo hago,
empieza tú, mira que el permiso te lo otorgo con un
día y un par de noches de anticipación.