Primera carta:
Me atacas. Estoy escuchando "Falling snow" de Agalloch y no puedo evitar imaginar tu rostro abalanzándose sobre el mío como si fuera una estrella expulsada del cielo. ¿Cómo haré para desprenderme de aquel una vez que se haya aposentado a lo largo de mi cara? ¿Tus ojos se adentrarán en los míos con la fuerza furibunda de los dedos sobre las cuerdas de las guitarras que ahora escucho? Mi faz quedará sepultada bajo tu cráneo y mi cuerpo entero será el jardín perforado por las hierbas zaheridas de tus cabellos. Oh, la fragilidad de tus huesos hacen que habite una casona de antenas, una morada de siglos erigida por manos a cargo de abrir cráteres en el tiempo. Te pienso, y mi mente flota como nave perdida en lo que vislumbro ser el horizonte de tus temerarios recuerdos.
Si como la palabra pudiera yo expandirme sobre tu cuerpo y hacer de cada uno de tus miembros la sílaba que me explique y me complete, la tilde que marque el instante preciso en el que reclames el desvelarse de mi indómita apariencia, la voz que enjuague en su decir el aroma que reside olvidado en tus entrañas. Si como la música mi nombre penetrara el recinto más concurrido por la eterna voluptuosidad de tus deseos, si como un poema antiguo mi amor hiciera de tus brazos, pecho y cuello un delicioso cuarteto de rimas abrazadas, y mi cintura anticipara el despeñarse de tu aliento en cascadas espesas y el sincronizado volcarse de tu duende lascivo, para luego, exhaustos, fenecer, allí, en la zona árida que ansiosa nos espera, en la esquina final del último terceto.
Hermosísimo Lena.