Martín era la muerte, y jugaba conmigo una interminable partida de ajedrez. En vez de las piezas regulares, él tenía en su lado un batallón de minúsculos barcos negros, y yo, en el mío, pequeñas velas blancas encendidas. Cuando le ganaba una pieza, él, imperturbable, con los ojos asilados en el tablero, incendiaba sus barcos y me decía, "por cada barco que te lleves, te descuento un hermoso recuerdo". Asustada, ya no quería seguir jugando. En realidad, nunca he sido buena para recordar cosas, y las pocas que recordaba solo eran las más conmovedoras, y no quería perderlas. Pero él insistió. Nunca me miraba a los ojos, como escondiéndose de su reflejo.
Seguimos jugando y continuaba quemándole los barcos. Hasta que le hice un jaque. Yo tenía todas las de ganar. Pero solo me quedaba un último recuerdo, el del sueño que tuve con él mucho antes de conocerlo, era el único sueño que recordaba con nitidez, incluso más claramente que el suceso mismo de nuestro encuentro en el Lezama.
"¿Qué dices, te atreves a ganarle a la muerte?", me dijo. Entonces, estrellé mis dos manos contra el tablero, arrasando con mis velas y lo que restaba de sus barcos. Por unos minutos, ambos permanecimos perplejos, contemplando la pequeña brasa que nacía del corazón del tablero, como si a través de los colores del fuego, nos llegaran murmullos de náufragos, sirenas y hasta de filibusteros. Entonces, él me abrazó y cuando quise tocar su cuerpo, me di con el aura de una oquedad oscura. Martín y la muerte se habían ido o, ¿era yo que me había desvanecido dentro de mi último recuerdo?
Martes 10 de junio de 2003.
A.
ahora este sueño me recueda una pelicula (también soy malo para recordad cosas) sobre un hombre que juega ajedrez con la muerte, si no me equivoco, juegan junto al mar… y si no me vuelvo a equivocar, el hombre que hiso esa película ya murió.