de estatuas
salpicada por la garúa vaporosa de una lengua sumergida en el canto
una muchacha entumece su cuerpo
y cada gota la golpea
con la furia involuntaria
que antecede a un acto suicida
pensativa, con el cuerpo extraviado en la frondosidad de un parque
(ahora desconocido)
ella, la estatua, se deleita -aunque triste-
de las hojas que le abofetean y alisan el cuerpo
desde una esquina
casi ahorcado por las enredaderas de dos madreselvas
otra estatua la contempla
atónito, de que todavía,
en medio de tanto follaje,
aquella imponga su espigada sombra
sueña con recostarse haciendo de esta
su lecho,
con que un día lo derriben
y que uno de sus miembros, así, desbaratado,
perezca al pie de aquella
de tanto desearla
su rostro ha perdido forma
su mármol se ha debilitado
y se le ha caído una mano
¡si tan solo -se dice- pudiera enroscarme
en ti, álgida y lejana estatua!
y morir, no importa, despedazado
formando con las hilachas rasposas de mi túnica
el halo ebrio que circunda tu cara
o realzando tu silueta
entre otras proyectadas
sobre este suelo burdo y abyecto
y si alcanza,
también,
delinear con ellas
un pequeño jardín blanco
donde ambas de tus manos
fueran minúsculos soles
bajo los cuales mis restos
indefinidamente
se calentaran
¡si tan solo -prosigue- quien me hizo
hubiera esculpido también
la ciudad y las criaturas que pueblan mis sueños
si alguien se acercara a mí
y me dijera, como a Lázaro: “ven fuera”!
me pesa saberme vivo
y no existir
que me revienten flashes en los ojos
el no poder acurrucarme
cada vez que la nieve me abraza
como si envidiara o estuviera celosa
de mi casi intacta permanencia
hay una savia extraña que me recorre
que se inquieta aún más
cuando las hojas que tu viento espanta
vienen y se repliegan contra alguna orilla
olvidada de mí,
una sustancia misteriosa
que transparenta la alegría de intuirte viva
en un brillo antiguo,
en una liviandad entera de mi ser
que me da la ilusión de moverme
como si hubieran cosido mariposas
y ciempiés a lo largo de toda mi figura
entonces la plataforma que me sostiene
se torna en dulce almohada
donde estiro mis piernas y brazos pétreos
donde doy brincos y te avizoro
desde muy cerca al firmamento
eres ida y sosegada
como hecha de tímidos copos de hielo
tienes las manos en forma de balsa
apuntando hacia mí
como si yo fuera corriente desmesurada
en tus pies dormita una corona
de sabias orquídeas
cuyo perfume entibia mis músculos tiesos
y hace que broten lágrimas
de mis ojos cóncavos y vanos
ningún huracán, tormenta o azorado temblor
me arrebató nada
mas tú, ninfa inmóvil,
con tu solo estar, desinteresado,
en medio de esta oscura noche
en la que los árboles son pajes,
los grillos, orquesta
y la luna, el amor que conmovido nos observa
tú, con ese vestido a medio hacer
que tantas manos anónimas han besado
confundiéndolo con los labios de un amante ingrato
únicamente tú, cual cuchillo filudo,
has penetrado en mis entrañas
de granito y alabastro
y has trazado con pasos sublimes
la sangre que ahora
presiento, me baña,
la sangre que en este preciso instante
siento, tiñe, inclemente,
cada esquina, cada ángulo blanco
de mi capa, escudo y espada
…y en medio de fiebres
me has susurrado:
“Lázaro, anda,
pavimenta tú también
el cauce por donde habrá de galopar
mi conturbada sangre caliza”
Empezado a mediados del 2008 después de un pausado y laberíntico recorrido por el cementerio La Recoleta en Buenos Aires, y terminado el 20 de marzo del 2011.