los días se quedan, no avanzan, se empujan los unos a los otros, y tiemblan, se rascan
las horas inquietas tocan el claxon
los segundos, avispados y ágiles, bajan las ventanas, toman un poco de aire, y sin premura, se echan a andar
el paraguas está extraviado, al borde de un arroyo, tiritando de frío, con sus patas medio abiertas, encomendándose al aire y al viento. pero ciertos pasos le han clavado sus plantas rígidas, han grabado en su espalda un sinfín de frescos escupitajos. el paraguas se contrae y se niega a cobijarse bajo el abrigo del sol que quiere secar sus alas. ha decidido sucumbir húmedamente, con las mejillas adobadas en barro, en agua y polvo de la intemperie. el tiempo lo encuentra triturado, irreconocible y le ofrece su más preciado instante de silencio:
los días colapsan, y las horas, los minutos, los segundos son bostezos voraces invocando ataúdes
(5 de febrero de 2008)
«los días colapsan»… me gusta, es una buena frase, en realidad la última línea «los días colapsan, y las horas, los minutos, los segundos son bostezos voraces invocando ataúdes»