«El cielo está mudo, sólo resonancia para el silencio»*

El que uno ame no garantiza ser amado. ¿Por qué cuesta aceptar este suceso tan real? ¿Qué tiene la mente que no se protege ante esta afrenta emocional? ¿Por qué a pesar del rechazo una voluntad ciega se resiste a declinar? Uno lee palabras, observa acciones, percibe gestos pero estos nunca llegan a nuestra bóveda interna de un modo prístino, sino, revelado, conducido y empañado por fuerzas incomprensibles. Uno trata de defenderse, pero dos manos no son suficientes. El deseo siempre encuentra el camino para limpiar las cenizas de la despedida antes de que esta llegue.

Otra sería la historia si como ciertas olas gigantescas de mar, las emociones se irguieran y en su altura hicieran trizas cada uno de sus ilusos compartimentos; y en su descenso, el recuerdo y el olvido fenecieran en el lejano estrépito de una espuma serena.

*Reflexión de Kafka en «Los ocho cuadernos en Octavo».

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