Vengo de presenciar una de las óperas más desoladoras: "Madama Butterfly". El canto agónico de Cio Cio San al imaginar el regreso de Parkington es uno de los más tristes que he escuchado en lo que tengo de vida. La suma de obediencia, entrega y fidelidad de Cio Cio San al militar norteamericano me hizo reflexionar acerca de la naturaleza extraña del amor. Kierkegaard tenía razón al decir que cuando dos amantes se distancian el amor no desaparece siempre y cuando cada uno siga enamorado del amor. En este caso, es Cio Cio San la que no renuncia a su "estar en amor", y por eso su muerte resulta sublime. Ella se quita la vida no porque sea su manera de renunciar a ésta sino precisamente por entregarse a ella completamente, por no desatar el nudo que la ata al amor. De quedarse viva, probablemente, hubiera albergado sentimientos negativos hacia el marino norteamericano y eso habría sido para ella sinónimo de muerte.
Actualmente, la fidelidad no parece tomarse más en serio, hasta se sospecha de ella. Sin embargo, obras como ésta nos devuelven su dimensión más íntegra y contundente. No es la fidelidad en sí la que nos provoca sospecha sino su pose, su hipocresía, su darse interesadamente y con condiciones. La lealtad de Cio Cio San es la cara del amor mismo en su absoluta incondicionalidad. Tal vez sea ficticio amar así, pero creo que Puccini, subrepticiamente, desvanece ese carácter de imposibilidad en lo que duran los tres actos. Mientras Cio Cio San canta, después de que toda su familia le da la espalda a su boda: "He sido abandonada, rechazada pero estoy feliz", uno no termina de preguntarse si es uno como espectador, sumido en el mundo de los deberes y la fría razón, el ficticio, y ella y lo que le acontece, el rostro más fidedigno de lo real.